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Después de conocer bien la vida y la obra de Miguel Conesa Osuna, uno se queda con la impresión de haber encontrado en Ponce a un genio. Sí. Miguel, un hombre extremadamente talentoso, inquieto y prolífico, me hace pensar que la genialidad, más que hija del talento, es hija de la obsesión. Una obsesión que se apodera del artista y no lo suelta, transportándolo a un mar de colores, formas, texturas y posibilidades compositivas infinitas. Él vive como preso de ese mundo fascinante, como hipnotizado, enamorado de la creatividad, perdido en un paisaje cada vez más nuevo, cada vez más paraíso. El universo de Miguel es un constante ir y venir entre el caos y la creación. Una apoteósica campaña artística para descubrir los efectos de un chorreado, una veladura o un collage sobre una imagen retomada quince veces en los últimas semanas y con la cual no se está satisfecho. 

Su proceso creativo se parece a la manera de ver televisión que tienen muchos fanáticos de la tele: mientras cambian de canal una y otra vez desde su control remoto, crean su propio programa de televisión combinando los diversos fragmentos vistos. El televisor ya no está afuera, está adentro, en la mente, en la imaginación del espectador. Su programa favorito es una producción desiderativa y no se acaba nunca porque no tiene principio ni fin. Permanece en el deseo y las preocupaciones de quien sostiene ese cetro real, donde el “on” y el “off” junto a los botones numerados y señalizados tienen el poder de cambiar el mundo. El recorrido es un círculo placentero, exuberante. Imágenes que modifican su sentido original para adquirir nuevos sentidos como en una rueda de la fortuna. En Conesa es el círculo de un ojo obsesivo, entusiasta hasta la locura sobre las posibilidades del ver. El ojo de un huracán que interrumpe, corta y retoca las imágenes para rehacerlas y empezar de nuevo. La imagen no está afuera sino en el ojo del creador…El ojo.
El ojo de Miguel es su mejor instrumento. Pero hasta las mejores herramientas sufren por exceso de trabajo. Y se rompen El ojo se fractura. Ves manchas, esferas transparentes, puntos relampagueantes, fantasmas serpenteantes Y el día menos pensado se te desprende la retina y te quedas casi ciego. No eran gigantes, ni molinos, no eran espíritus, ni seres de otros mundos o alguna revelación: “¡tenías que correr para el oftalmólogo!”, le dijimos a coro sus amigos. Para un pintor es lo más cercano al fin del mundo. Pregúntenle a Conesa. Durante mucho tiempo creyó que tenía visiones, que tenía como un tercer ojo espiritual. Y pintaba esas visiones. Quería ver más. Luego de hablar con el oftalmólogo se sintió defraudado, pues aquellos avistamientos del más allá no eran sino señales inequívocas del desastre ocular que se avecinaba.
No obstante, para él, esto se convirtió en tema de inspiración artística. Después de operado, comenzó a pintar sobre la crisis del ojo. Llevó a cabo diferentes autorretratos del ojo sangrante y lagrimoso. El dice que la experiencia de tener un desprendimiento de retina ha enriquecido y afincado muchos de sus planteamientos visuales. Lo que antes eran juegos de fantasía ahora son realidad permanente, pues en su ojo operado ve como cordones, hilos y material orgánico translúcido “que parecen bañarse en un estanque de agua”. Y el ojo comenzó a aparecer invadiendo sus paisajes.
Este tema del ojo va más allá de un accidente retinal. Nuestro artista quiere poner de relieve la importancia que la vista juega en el desarrollo humano y “cómo ha permitido a los seres realizarse como individuos pensantes en el mundo corpóreo y tangible en el que vivimos”. La vista “es responsable de haber permitido la construcción de todas las civilizaciones”, comenta. Para mí, en vez de transmitir el poder civilizador de la vista, muchos de sus paisajes nos presentan la mirada ambivalente de un ojo que unas veces parece simbolizar el universo, otras, la sabiduría totalizadora de Dios, y otras, al propio artista. Aquí vemos piezas de gran fuerza expresiva. Ese ojo misterioso que nos observa desde el paisaje, ¿No será el ojo del corazón del artista que anhela la reconciliación entre la humanidad, el cosmos y Dios, el mundo reunido en la armonía de una sola mirada?
Pero vayamos a la técnica. Es posible que Miguel sea uno de los primeros pintores en Puerto Rico que empezó a experimentar con el medio digital allá para 1987. Tremendo invento para alguien que vive obsesionado con explorar la topografía de lo imaginable. Ahora tenemos ante nosotros toda una obra en medio mixto erigida sobre el medio digital. Miguel imprime sus imágenes o las retoca digitalmente y luego trabaja sobre ellas una y otra vez con acrílico, tinta, “modeling paste”, adhiriendo objetos encontrados, retazos de tela de otras obras, etc. Así construye series de variaciones del mismo tema, como una vez hizo el impresionista Monet con la fachada de la Catedral de Rouen en distintos momentos del día. Y dice que esta práctica es el resultado de un síndrome artístico nombrado por él y del cual padece:
el “Síndrome de Claude Monet”.
el “Síndrome de Claude Monet”.
Ejemplo notable de esta práctica es la serie titulada Secuencia de una retina desprendida. No creo haber visto nunca un conjunto de este tipo, donde el pintor documentara de modo artístico el sufrimiento de vivir un colapso en su visión.
Otra serie interesante es la que tiene como motivo la Sierra de Cayey: Luces y destellos. El paisaje se reproduce muchas veces, pero la manipulación digital y el trato pictórico lo elevan a otras cimas expresivas. El monte, símbolo de unión entre el cielo y la tierra, develando su aspecto misterioso, cambia de color y textura, sugiriendo variados estados del sentir. Es evidente que Conesa es un expresionista clásico que parte de una figuración tradicional para transformarla y afectar al espectador.
Dada la impulsividad creativa de nuestro amigo, es de esperar que los conceptos y la temática en su obra varíen de momento a momento. Sin embargo, hay una recurrencia hacia los temas de la tierra, la mujer como transmisora y/o protectora de la vida, el cambio climático y la mitología a través de las ninfas. Ahora, su nueva mirada recoge sinópticamente todo estos temas.
Demos gracias a Dios por el artista y amigo Miguel Conesa Osuna. Miraremos al sur para seguir disfrutando de la pasión de su ojo resucitado, genial y obsesivo.
Antonio Hernández Gierbolini OSB,
Monje y pintor
Antonio Hernández Gierbolini OSB,
Monje y pintor
Nov. 2009